"Para aprender, tenemos que empezar por desaprender"
Seguramente, muchos imaginan un aula, una escuela, nuestra escuela cuando dimos los primeros pasos en el proceso educativo.
La mayoría de los adultos vive esta experiencia, y piensa que así aprendemos.
La premisa es: escucho a quien sabe y así aprendo.
Ahora, quién puede sostener la atención por más de 30 minutos sin que su cerebro se abstraiga del discurso del profesor, y se pierda en su imaginación, una puerta de salida de ese espacio de aprendizaje que conocemos como aula.
Muchas veces, partimos de la creencia que el escuchar una explicación o leer información sobre determinado tema, nos producirá aprendizaje.
Esto puede frustrar mucho a los niños y niñas, ya que muchas veces el aprendizaje lleva tiempo, porque se trata de un proceso y no una instancia. En ocasiones, demanda mucho más tiempo del esperado.
El neurocientífico Stanislas Dehaene define aprender como "construir un modelo interno del mundo exterior".
Para aprender, necesitamos escuchar, debatir, dudar, equivocarnos, practicar. Implica una participación activa por parte del alumno, en este contexto, el silencio se vuelve cómplice de la ignorancia.
Después de un año de escuela virtual, con dificultades extremas y grandes desafíos para docentes y alumnos, nos encontramos con que lo primordial es el encuentro con el otro, la re-vinculación en un mismo espacio.
Sin embargo, hay estrategias que pueden ayudar a los niños y sus familias a propiciar un aprendizaje a partir de esta experiencia:
- Escuchar la experiencia de lo vivido
- Generar escritura colaborativa
- Aprender a nombrar lo que sentimos
- Encontrar distintas soluciones a un mismo problema
La comunicación es primordial en esta etapa de inicio escolar; cambiar la pregunta: ¿qué hiciste hoy? por ¿qué dudas tenés hoy, cómo te sentiste hoy en tu clase?; y escuchar.
También, dejar preguntas abiertas que inviten a pensar y reflexionar sobre distintos temas. Y propiciar la actitud crítica, la autoevaluación es clave, permite darse cuenta qué debo seguir practicando o cuáles son nuestros puntos débiles para mejorar el aprendizaje.
Si brindamos estos espacios en las familias, y en las escuelas, estamos ayudando y acompañando el aprendizaje, superando frustraciones y permitiendo un entorno más saludable para nuestros niños.
Si hay algo que nos enseñó la experiencia de la pandemia es que nada está determinado, todo puede cambiar, y este ejercicio nos permite desandar prácticas que llevamos enraizadas internamente.
La palabra clave, quizás, ya no es aprender sino desaprender; hoy, necesitamos cuestionar nuestros modelos de enseñanza y de crianza para darnos cuenta de que sostener espacios de aprendizajes estructurados y basados en conceptos pedagógicos antiguos, asegura una gran desigualdad entre quienes puedan acceder a nuevas estrategias de aprendizajes, y quienes se queden atrapados en una escuela del siglo pasado, basada en muchos preceptos que están caducos.
No se trata de saber, sino de saber aprender.
(*) La columnista (foto) es asesora educativa, diplomada en Educación y nuevas tecnologías, y directora en Ayudar a Aprender.
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