martes, 8 de abril de 2008

Florencia Gattari: “Hay interés en publicar libros para chicos, porque hay mercado” (parte II)

En esta segunda y última parte de la entrevista sobre literatura infantil-juvenil (para leer el comienzo hacer click aquí), Florencia Gattari (©foto: gentileza Ediciones SM) y Vaccarini revalorizan el papel que juega internet, analizan el fenómeno Harry Potter y recomiendan a sus escritores preferidos, en diálogo con El Informatorio.

M. M.: ¿De qué forma influye internet? ¿Se puede hacer que ese medio, en lugar de alejar a los chicos de los libros, lo acerquen?
Florencia Gattari: Para mí lectura es lectura del libro impreso. Para los chicos, los libros son objetos menos habituales, pero leen todo el tiempo en la pantalla. Leen historietas y manga, leen diarios deportivos, leen blogs, leen todo lo que aparezca en internet sobre sus actores, cantantes o deportistas favoritos.
Y puede ser que la diferencia sea grande, pero en principio, es una diferencia de soporte, porque la capacidad creadora y subversiva del lenguaje puede sorprendernos en cualquier formato y en cualquier momento. Además, más allá del recorrido azaroso que cada chico hace, sobre todo en internet, hay propuestas interesantes pensadas por los adultos para animar a los chicos a la lectura. Por ejemplo, el portal de Imaginaria, dedicado enteramente a la literatura infantil juvenil, que publica reseñas pero también cuelga cada tanto los primeros capítulos de algún libro, y logra, con el fragmento, el entusiasmo de alguno al que el libro entero y en papel hubiera desalentado. Otro ejemplo podría ser el de una profesora de literatura de quien supe recientemente, que armó un blog para que sus alumnos posteen, a modo de trabajo práctico, comentarios de los libros que tienen que leer para clase. Entré hace unos días y me pareció genial: era, a su modo, un espacio de crítica literaria adolescente, donde unos animaban a otros a leer algunos libros o a no leerlos, dando sus razones.


Franco Vaccarini: Lo interesante de los medios de comunicación es que se entrelazan entre sí, es como una hidra a la que se le agregan cabezas, ninguna cabeza mata a la otra. Un ejemplo concreto de esta relación es que en la serie norteamericana Lost apareció un personaje con La invención de Morel en sus manos. Ese detalle disparó la venta de la novela de Bioy Casares en Estados Unidos. Hay películas que llaman a comprar libros y libros que llaman a ver películas. Internet es una irrupción fascinante, un limbo con todo lo bueno y todo lo malo, y contiene a los otros medios; a la radio, al cine, a la tele, a los libros. Internet me parece tan fantástica que a veces me pellizco, es un avance tan maravilloso, un verdadero cambio que se irá profundizando. Mientras te respondía (N. de R.: esta entrevista se realizó vía mail), por ejemplo, interrumpí para responderle por el msn a una docente de Leones, un pueblito cordobés, que me invita a una feria del libro. En unos minutos, esa desconocida me había mostrado fotos de su familia, pasó de un embarazoso "distinguido escritor" al tuteo más familiar, resolvimos los detalles del viaje sin gastar un peso en teléfono y lo hice en silencio, tranquilo, mientras mi hija jugaba al lado mío...Es un ejemplo de hoy, pero sirve para demostrar como nos facilita la vida. Yo uso la red para leer reseñas de películas, reseñas y fragmentos de libros, ensayos, para leer diarios y blogs que me interesan. Internet es para mí un multiplicador de lecturas y para todo el mundo es un universo digno de ser explorado. Internet alienta, de hecho, a la lectura y a muchas cosas más, claro, y los chicos la usan para chatear en primer lugar, pero eso es sólo la puerta de entrada.

M. M.: ¿Existe una fórmula para atraer lectores entre los más pequeños?
F. V.: La fórmula es hablar naturalmente del tema, desacralizar al libro como objeto para que le pierdan el miedo, el libro forma parte de un inconsciente colectivo que lo convierte en un objeto con algo de sagrado, en un objeto distante, no familiar como podría serlo un juguete o una pelota de fútbol, un objeto del que solo se pueden apropiar los "iniciados". Si un chico ve a sus padres leer, probablemente se convertirá en un lector. Hay otros que podrían ser grandes lectores, pero no lo saben, porque nunca han tenido el libro adecuado en sus manos o no han tenido libros de ningún tipo. Los mediadores deben tener la capacidad de contagiar su entusiasmo sin prometer el paraíso. Yo evito, cuando voy a una escuela, hablar a los chicos con frases hechas, nunca hablo del "placer de la lectura". Ojo, es verdad que leer es placentero, pero luego de un entrenamiento, es un placer que se conquista con esfuerzo, si hablás de placer antes de tiempo es probable que el potencial lector se sienta desconcertado. El libro no tiene imágenes móviles, no tiene sonido, es ciego, sordo y mudo comparado con los medios audiovisuales. Pero los buenos libros tienen un secreto, los mundos imaginarios de la literatura comparten el espacio abstracto de los sueños y las pesadillas, es como agregar una dimensión más al mundo que llamamos real, nos ofrecen la conquista de otras realidades. Pero ese pequeño secreto debe ser revelado en forma individual, por medio de la práctica.

M. M.: La harrypottermanía, ¿es un fenómeno que se agota en sí mismo o genera más inquietud en el público sobre la literatura infantil y juvenil en general? ¿Qué opinión les merece este fenómeno?
F. G.: Me parece que si quienes se han fascinado con Harry Potter no eran antes lectores, luego tienden a buscar libros que les produzcan los mismos “efectos”. Y rápido. Harry Potter ya está escrito y es lo que es. Es una obviedad decir que no encuentran lo mismo, aunque, por supuesto, hay quienes se han dedicado a escribir sucedáneos para aplacar el síndrome de abstinencia de los que van terminando el séptimo libro de Rowling. Nada de eso es muy auspicioso.
Pero algunos se equivocan. Y compran, por ejemplo, Un mago de Terramar porque responde a la coordenada de ser el primer libro de una saga fantástica cuyo protagonista es un mago. Qué chasco. Lo que encuentran, seguramente para su sorpresa, no es más de lo mismo, sino literatura fantástica de alto vuelo que abre el horizonte a un montón de otros maravillosos libros de Le Guin, y de allí una puerta adonde el particular recorrido de intereses y azares envíe a cada uno.
Por esas equivocaciones, y por la satisfacción de los chicos que habitualmente no leen, cuando vienen a contarme casi sin creerlo que terminaron un libro de quinientas páginas, yo saludo a Harry Potter.


F. V.: Los libros de Harry Potter representan un fenómeno positivo. Mi hija mayor me pidió que le instalara una biblioteca en su cuarto después del primer Harry, comenzó a leer a otros autores, me parece fantástico que un chico de diez años lea libros de ochocientas páginas muy bien escritas. Mi opinión es que J.K Rowling es una escritora talentosa que ha tenido un éxito desmesurado, pero no la podemos culpar por ello. Los siete libros de la saga permanecerán por muchos años, yo estoy seguro que los lectores de Harry le pasarán la posta a sus hijos en las próximas décadas, que Harry será un clásico. No tenemos que despreciar a un clásico sólo porque su autora ha cometido el pecado de ser nuestra contemporánea.

M. M.: ¿Cuál es el papel que deberían jugar las empresas editoras, los educadores y las instituciones de enseñanza públicas y privadas, las familias y el Estado en la promoción de la lectura entre los chicos y adolescentes?
F. V.: Nada más y nada menos que facilitar la llegada del libro a sus manos, convertir al libro en un objeto familiar para el chico, un objeto que puede arrugar, gastar, subrayar, prestar, abandonar, recuperar, despreciar, apreciar; un objeto para usar. Dejarlo solo con el libro, que se las arregle solo con el libro adecuado a su edad, y apenas responder lo que pregunta, una palabra que no entiende, por ejemplo.

M. M.: ¿Uds leen libros para chicos?
F. G.: Sí, leo libros para chicos. De lo que he leído en estos últimos años, me gustan mucho Liliana Bodoc y Esteban Valentino, porque tienen un uso realmente poético del lenguaje y porque no necesitan contar todo para decir mucho. Me gusta Luis María Pescetti porque tiene un modo desenfadado de jugar con las palabras, y aún dentro del humor, no le escapa a las cuestiones ríspidas. Pero sobre todo me gusta porque he visto cómo se ríen los chicos cuando lo leen: eso me parece impagable. También las brasileras Lygia Bojunga Nunes y Ana María Machado, que tratan a las palabras con una enorme delicadeza. Y recuerdo que hace un tiempo me reí bastante con un libro que encontré de Martín Blasco.

F. V.: Sí, leo bastante. Hay muchos libros para chicos que podemos disfrutar los adultos. Un ejemplo es ¿Quién le tiene miedo a Demetrio Latov?, de Ángeles Durini, El alma al diablo, de Marcelo Birmajer, Historia de Pollito Belleza, de Patricia Suárez, que disfruté mucho con mis hijas o El loco de Praga, de Lucía Laragione. Últimamente he leído libros de Laura Gallego García, Ema Wolf, Andrea Ferrari, Mario Méndez, Roald Dahl, Jordi Sierra i Fabra, Marcus Sedwick, Esteban Valentino, Ricardo Mariño, Iris Rivera, Pablo Albarello... También leo a Carver, a Borges, a Marosa Di Giorgio, a Güiraldes. a Quiroga, a Bioy Casares, a Sarmiento, a Hebe Uhart, a Guillermo Martínez, a etc, etc, etc. En este momento tengo a mis espaldas cuatro filas de libros a punto de caerse, algunos los leeré, otros no los leeré nunca, pero los tengo a mano, por si acaso. En casa hay libros por todas partes, en la pared de la biblioteca, pero también en el descanso de la escalera, en el taller, arriba de un tarro de pintura, junto a la maceta de la cocina, los libros me están cazando todo el tiempo, por eso nunca puedo acomodar la biblioteca, a los cinco minutos me quedo inmóvil, flechado por un título que había olvidado o que no puedo creer como no leí todavía. Pero no me impongo obligaciones de lectura porque no tengo obligaciones académicas, no tengo que rendir cuentas a nadie, en cuestiones de lectura yo mezclo la biblia y el calefón, en la variedad está el gusto. Pero te confieso que me costó mucho quitarle la pátina sagrada a los clásicos, cuando era más chico y más ingenuo, fui a comprar el Ulises de Joyce asustadísimo, pensaba que me iba a salir un montón de plata, que el Ulises valía mucho más que un best seller y no, valía lo mismo. Así descubrí que en lo que respecta a la industria editorial cuesta lo mismo el gato que la liebre, el oro que el plomo, el valor real lo pone el lector y no se mide en dinero, por suerte. De lo contrario, El Aleph de Borges saldría tan caro como un cuadro de Van Gogh. Hasta en eso son generosos los libros.

(La primera parte de este post doble se puede leer aquí)

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