Recordar a quienes escribieron la historia de la medicina local es homenajear a los médicos en su día.
Varios de los nombres más grandes de la medicina local están en la Historia de la medicina global, habiendo hecho del mundo un lugar un poco mejor. Podemos comenzar con dos de nuestros premios Nobel.
El primer argentino en ganarlo fue Bernardo Houssay, en 1947, por sus descubrimientos sobre el papel de la hipófisis en la regulación de la cantidad de azúcar en la sangre, un avance fundamental en la lucha contra la diabetes.
En el caso de Luis Federico Leloir, recibido de médico en 1932, sus hallazgos sobre el proceso bioquímico que permite a los organismos aprovechar la energía de los azúcares resultaron fundamentales para la producción científica argentina. Fueron los que lo llevaron a ganar el premio de la academia sueca en Química en 1970.
Valga una aclaración: si bien César Milstein fue galardonado con el Nobel de Medicina en 1984, él fue doctor en Química. El reconocimiento llegó por su destacada investigación en el desarrollo de los anticuerpos monoclonales, un avance que permitió la producción de medicamentos innovadores que mejoraron las tasas de supervivencia en pacientes con cáncer, y tratamientos que previenen el rechazo de órganos trasplantados.
Si bien hasta aquí aparecen representantes de la medicina argentina del siglo que pasó, lo cierto es que la historia arranca en el XIX. Entonces aparece el nombre de Cecilia Grierson, profesora, filántropa y la primera doctora en medicina de nacionalidad argentina.
Se graduó en 1889 y se desempeñó como obstetra y kinesióloga, especialidades sobre las que construyó una extensa trayectoria y llegó a publicar libros específicos sobre el tema. No logró, en cambio, trabajar como cirujana, a pesar de ser la primera mujer que obtuvo el título habilitante.
Una absoluta transformadora.
En 1886, fundó la Escuela de Enfermeras, más tarde creó la Asociación Médica Argentina, la Sociedad Argentina de Primeros Auxilios y la Asociación Obstétrica Nacional de Parteras. Fue vocal de la Comisión de Sordomudos y secretaria del Patronato de la Infancia. En 1899, participó en Londres del Congreso Internacional de Mujeres, que la eligió vicepresidente.
También presidió el Primer Congreso de la Sociedad de Universitarias Argentinas y formó parte del grupo fundador de la Sociedad Argentina de Biotipología, Eugenesia y Medicina Social.
Ya de nuevo en el siglo XX, el sanitarista Salvador Mazza sobresalió por haber dedicado u vida al estudio y combate de la tripanosomiasis americana (enfermedad de Chagas-Mazza), entre otros padecimientos endémicos.
Completó los estudios de Carlos Chagas sobre el agente etiológico y sobre el vector de la enfermedad (vinchuca), además de perfeccionar el tratamiento, denunciando que los principales factores para su expansión se encontraba en las precarias condiciones económicas e higiénicas de las poblaciones rurales del norte argentino.
René Favaloro, en tanto, no sólo fue médico cardiocirujano sino también educador e inventor. De hecho, revolucionó la cirugía cardiovascular con la creación del bypass coronario. Según consigna su biografía oficial, a comienzos de 1967, Favaloro comenzó a pensar en la posibilidad de utilizar la vena safena en la cirugía coronaria y llevó a la práctica sus ideas por primera vez en mayo de ese año.
La estandarización de esta técnica, llamada del bypass o cirugía de revascularización miocárdica, se convirtió en el trabajo fundamental de su carrera, lo cual hizo que su prestigio trascendiera los límites del país, ya que el procedimiento cambió la historia de la enfermedad coronaria. Se realizan entre 600.000 y 700.000 cirugías de ese tipo por año solamente en los Estados Unidos.
Enrique Finochietto también excedió largamente su profesión de médico, destacándose como docente, investigador e inventor de un gran número de técnicas, aparatos e instrumentos de cirugía. Concibió y elaboró instrumentos y aparatos para uso quirúrgico que se extendieron a todo el mundo, vigentes hasta hoy.
Inventó el frontolux, un sistema inspirado en las lámparas de los mineros que, ceñido a la frente del cirujano, permite iluminar el campo operatorio puntual a la visión del cirujano; el "empuja ligaduras", para detener las hemorragias; el porta-agujas, en diversas medidas y formatos y la pinza doble utilidad, usada para hemostasia y como pasahilos.
El médico estudió dibujo técnico lo que permitió diseñar sus equipos. Así, también creó el aspirador quirúrgico para limpiar la sangre del campo operatorio; las "valvas de Finochietto", para separar órganos; la cánula para transfusiones; la mesa quirúrgica móvil, manejada con pedales e impulsada por motor eléctrico que permite colocar al paciente en cualquier posición para facilitar la operación; el banco para cirujanos, que habilita a operar sentado; y el separador intercostal a cremallera para operaciones de tórax, conocido universalmente como "separador Finochietto".
Fue un innovador y un vanguardista que trascendió a su época. Esos mismos valores, innovación y vanguardia, se traducen en la más alta tecnología de nuestros equipos, diseñados, al igual que todo lo plasmado por Enrique Finochietto, para contribuir y facilitar la labor de todos los médicos, que no es otra que la de salvar vidas.
(*) El columnista -foto- es CEO de Compañía de Servicios Hospitalarios (CSH).
No hay comentarios. :
Publicar un comentario