
No es casualidad: tanto la película de Juan José Campanella como la puesta dirigida por una magistral Gabriela Izcovich, están fundadas en sendas novelas del mismo autor, Eduardo Sacheri.
En esta pieza, al igual que en el filme ganador del Oscar a la mejor producción en idioma extranjero, los personajes corren detrás de la verdad (valga la redundancia) -o parecen escapar de ella-, y de la justicia aunque sea desde una óptica muy individualista y personal; y se muestran como seres apasionados, solitarios, nobles aunque desconfiados y vulnerables, además de cultores de la lealtad. También, en ambos casos, el pasado parece mantenerlos atados, hasta el desenlace.
Otra coincidencia es el fútbol. En El secreto... es Racing. En Aráoz... un inexistente club de Wilde (curiosamente una localidad que pertenece al municipio bonaerense de Avellaneda, la cuna de "la Academia").
La política, que estaba muy presente en la película, aquí aparece en forma muy fugaz, durante un racconto sobre cómo afectaron los gobiernos al olvidado paraje de O'Connor, donde se produce el encuentro entre Aráoz y Lépori.
El humor, uno de los grandes méritos de Aráoz y la verdad, sirve de antídoto cada vez que la nostalgia o la frustración parecen empañarlo todo.

Y lograr, asimismo, que el público sienta que esta siendo testigo -como un voyeur- de escenas "reales" de la vida de los protagonistas, y que no es un simple espectador de una ficción.
Con una aparición al comienzo, acompaña con sobrado oficio David Di Nápoli, en el papel de Belaunde, el jefe de la estación de ferrocarril del pueblo.
Para más información sobre Aráoz y la verdad en este mismo sitio, haga click aquí.
Fotos: Gentileza SMW Press.
Auspicia este artículo de El Informatorio
No hay comentarios. :
Publicar un comentario