lunes, 20 de diciembre de 2010

Santoro convierte a María Julia, emblema de los 90, en espejo de corruptos de ayer, de hoy y siempre

"La política es la continuidad de los negocios por otros medios". La ingeniosa frase, que pertenece al periodista Alejandro Horowicz (que parafrasea la máxima de Von Clausewitz sobre la guerra), aparece como una oportuna cita de Daniel Santoro en su último libro María Julia. Espejo de la corrupción en la Argentina, que acaba de editar Marea.

El premiado investigador del diario Clarín tuvo la habilidad de exhumar un caso emblemático de los menemistas años 90, que todavía sigue pendiente en Tribunales, no sólo como crítica de aquella época de privatizaciones, frivolidad & enjuagues non sanctos -a diferencia de la mayoría de los autores del mismo género-, sino también a modo de paradigma de lo que puede suceder con cualquier funcionario público, pasado, actual o futuro, cuando se vulneran principios éticos y morales y, por si fuera poco, se violan las leyes.

A la hora de escribir este volumen, Santoro deja traslucir cierta inspiración en una declaración del inefable sindicalista Luis Barrionuevo: "Ricardo Jaime se va a convertir en el María Julia de los Kirchner".

Con la rigurosidad que lo caracteriza, DS recorre la vida de la hija de Alvaro Alsogaray que llegó a convertirse en la mujer más poderosa del gobierno de Carlos Menem, gracias a las privatizaciones de Entel y Somisa, y al cargo de Secretaria de Medio Ambiente con rango de ministra.

Comienza con una revelación: la entonces inexperta ingeniera se desempeñó como agregada cultural de la embajada argentina en Washington, durante la gestión de su padre como representante de la dictadura de la Revolución Argentina, a comienzos de los 70.

También actuaría como diplomática del régimen de facto más sangriento de la historia nacional, el de Videla y Massera, antes de ocupar una banca en el Congreso como dirigente de la UCeDe, el partido fundado por el capitán ingeniero en 1982.

Además de reflejar con profusión las "irregularidades" surtidas de la gestión mariajulista, el libro subraya en todo momento la insólita ausencia de otros colegas del sospechado menemismo en el banquillo de los acusados, y en las cárceles. De hecho, la primera línea de la contratapa de María Julia menciona esta singularidad: "fue la única política de fuste argentina que estuvo presa 638 días".

Santoro no se conforma con señalar esta curiosa anormalidad, sin duda vinculada con el hecho de que la señora Alsogaray nunca militó en el peronismo, y que provenía de una fuerza extrapartidaria, respecto de esa década hoy considerada "nefasta". Sino que también traza paralelismos con circunstancias más recientes que involucran a personajes del gobierno kirchnerista.

Resultaría saludable que la Justicia no se limitara a fijar castigos ejemplares a figuras significativas, y ampliara las pesquisas y sentencias, sobre todo, porque -como bien señala el periodista-, según el Centro de Investigación y Prevención de la Criminalidad Económica, el Estado argentino perdió u$s13.000 millones entre 1980 y 2007 por culpa de la corrupción.

Con una portada magnífica, creación de Hermenegildo Sábat, María Julia es un muy interesante aporte a la reflexión y a la historia. Y será un texto muy leído en las playas argentinas.

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