viernes, 1 de octubre de 2010

Libro: Marshall Meyer, el rabino que le vio la cara al diablo, evoca al héroe moral que luchó vs. dictadura

La evocación de Marshall Meyer, escrita por el periodista Diego Rosemberg, es un saludable y necesario aporte al revisionismo de la sangrienta década del 70, ya que presenta una figura paradigmática que, con un coraje inusual, tuvo la osadía de romper esquemas religiosos y políticos para salvar vidas durante la dictadura.

Hablar de un héroe que ayudó a sus prójimos sin otra arma que sus convicciones, y que se enfrentó a los militares -y a la guerrilla- poniendo en riesgo su pellejo y el de su mujer e hijos, suena reconfortante y conmovedor en medio de algunas reivindicaciones, producto del fanatismo o de la caradurez.

El libro, que forma parte de la colección Paisanos de editorial Capital Intelectual, relata en forma didáctica la trayectoria de este rabino estadounidense que llegó a la Argentina con una misión religiosa de 2 años, y terminó transformándose en promotor de la convivencia con otros credos, y con los ateos, y en defensor de los derechos humanos, cuando mencionar esa frase podía equivaler a firmar la propia sentencia de muerte. Para cumplir la tarea permaneció un cuarto de siglo en el país.

El volumen tiene un subtítulo impactante -El rabino que le vio la cara al diablo- que refleja el encuentro de Meyer con uno de los líderes de la represión ilegal: el comisario Miguel Etchecolatz, lugarteniente del trístemente célebre Ramón Camps.

Esa reunión, narrada en forma intensa y precisa por Rosemberg, se produjo cuando el protagonista pidió por Jacobo Timerman, a quien las fuerzas estatales habían tomado prisionero en forma ilegal en 1977.

"Este cura es un pastor que busca una oveja de su rebaño, y sé que vos sos el ladrón que te la llevaste" reproduce el autor la demanda enérgica de Meyer ante el entonces poderoso Etchecolatz.

El capítulo, sin duda, es uno de los más logrados.

Hay que destacar que el libro no omite señalar algunas acusaciones -nunca comprobadas- que salpicaron al rabino, así como tampoco la interna de la colectividad que, como la gran mayoría de la sociedad argentina, prefirió callar, en un fatal silencio, y censurar el activismo de MM.

De particular interés son los episodios en que Meyer se entrevista con autoridades israelíes -que vendían armas al regimen castrense-, y estadounidenses para interiorizarlos sobre las desapariciones en el país. Y pedirles ayuda.

También sobresalen los vínculos que lo unieron a Raúl Alfonsín, Adolfo Pérez Esquivel, Hebe de Bonafini, el democristiano Augusto Conte y los monseñores Novak y De Nevares, así como la amistad con los periodistas Robert Cox y Herman Schiller, judío como él pero enrolado en el pensamiento de izquierda y en el agnosticismo.

Pero, sobre todo, estremecen los lazos de afecto y compromiso que estableció con los detenidos y sus familiares.

Por cierto, la participación de Meyer en la CONADEP, cuyo informe final lleva por título Nunca Más a instancias del mismo rabino, fue el merecido desenlace para quien tanto había hecho por defender la vida de sus coterráneos argentinos.

Así como la sinagoga donde oficiaba Meyer se transformó en refugio para muchos perseguidos en esos años de plomo, este libro que lo recuerda sirve para demostrar que siempre, aún en las etapas más nefastas de la historia, existen situaciones o personas que reconcilian al ser humano consigo mismo.

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