
En definitiva, esta obra de Santoro, Daniel , que forma parte de la colección Manuales (Nuevo Periodismo) del prestigioso Fondo de Cultura Económica, contiene el abc de la prensa, más allá de que haga foco en los sabuesos del cuarto poder, que nacieron “malditos” por la simple razón de que molestaban a los poderosos. En 1906, evoca DS, Roosevelt calificó despectivamente a estos cronistas como “rastrilladores estiércol”. Entre los señalados, figuraba, nada menos, que Pulitzer, cuyo nombre perdura a través del premio homónimo.
Hoy, a pesar de que suelen ser objeto de difamaciones –porque meten la nariz donde no deben-, y de que también deben lidiar con falsos periodistas de investigación que sólo se dedican a difundir operaciones de prensa

El trabajo de estos hombres, que muchas veces trabajan en equipo (y de eso también se ocupa “Técnicas…”) presenta serias dificultades. Más en Latinoamérica, donde, por ejemplo, el

Bendecido por Gabriel García Márquez, Santoro conoce el oficio y es uno de sus más altos exponentes en la región.

Premiado con el María Moors Cabot (2004) y el Rey de España (1995), escribió varios libros y ejerce la docencia en la Universidad de Belgrano, en la Universidad Nacional de La Plata y en el instituto de la Unión de Trabajadores de Prensa de Buenos Aires, además de encabezar FoPeA, el Foro de Periodismo Argentino. Pero la idea no es detenernos en el CV prolífico –y envidiable- del autor.
Compinche con el lector, no duda en pasar “secretitos” como el de prestar atención a los avisos fúnebres o la sección sociales de los diarios para establecer vinculaciones entre personajes, empresas, etcétera.
Resulta muy relevante, porque se ha bastardeado bastante este instituto, que Santoro

Uno de los ejes pasa por no olvidar, como bien asegura el autor, que “la lucha política contemporánea se libra más en los medios de comunicación que en los partidos o en el parlamento”. Y el periodista puede transformarse en involuntario, o no, promotor de ideas, pistas o sentencias erróneas. Hay que estar bien atento. Y cotejar puntos de vista y documentos.
Santoro no se priva de alertar sobre la credibilidad de ciertos “colegas” que trafican con información y hacen pesar su influencia, abriendo el juego a los poderosos que están en la mira de la prensa de investigación.
El uso de la cámara oculta que el autor rechaza –posición que comparto (un periodista nunca debe ocultar su condición, y menos aún mentir sobre su profesión para sacar provecho: es evidente que hay cosas que nunca se ventilarían delante de la prensa; incluso nosotros mismos, sin tener doble mensaje, no vamos a expresarnos igual delante de un micrófono que lejos de él). Tampoco sería ético emplear actores para conseguir información. No impide este criterio de Santoro que Horacio Verbitsky, uno de los periodistas que binda su testimonio en este manual, desarrolle una teoría favorable al “hidden camera”.

En “Técnicas de Investigación” no falta un capítulo dedicado a prevenir amenazas, ataques por vía física, telefónica o judicial. Durante la dictadura en la Argentina, desaparecieron 100 hombres de prensa. Uno de los consejos me recordó lo que siempre decía mi padre (veterano en estas lides): “siempre caminá por la vereda en sentido contrario al del tránsito vehicular, por las dudas”.
Sobre el final de la obra, además de los testimonios, los mejores investigadores periodísticos de Latinoamérica, incluido Santoro, cuentan sus experiencias, revelan sus métodos de trabajo, y relatan cómo lograron sus mejores piezas. Por cierto, el más conmovedor de los pasajes (y con atrapantes datos sobre cómo llevar adelante una pesquisa) corresponde a Gabriel Michi, coequiper del asesinado reportero grafico José Luis Cabezas, en aquel fatídico verano del 97 en el balneario bonaerense de Pinamar. Un momento nefasto para la prensa, ensombrecido por ese siniestro y hasta entonces todopoderoso, y a la vez poco conocido, personaje: el empresario Alfredo Yabrán.
Marcelo Mendieta
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