Empieza el Mundial de Fútbol. Y, al menos en la Argentina -y en la mayoría de los países cuyas selecciones participan de Alemania 2006-, se terminó todo lo demás. La atención, la ilusión, estará depositada, delante de los TV o con la oreja pegada a la radio, en el combinado que dirige José Pekerman.
Somos conscientes, y el mundo entero lo es, de que Brasil, nuestro eterno rival en la cancha, llega con ventaja y es amplio favorito. Pero no perdemos las esperanzas; tenemos con qué soñar: hay equipo, hay figuras (Messi, Tévez, Riquelme, Sorín, Cambiasso, Mascherano, Crespo, Saviola y más), garra, mística, talento, tradición. Hay una historia detrás que impone respeto a los contrincantes.
Sea como fuere, lo importante es no perder de vista que, en definitiva, es un juego, el gran juego, en medio de un Big Show, un Mega Show, el de la Copa del Mundo. Y así como no nos cambia la vida un éxito, tampoco nos mata una derrota o nos hará bajar los brazos un empate. Son las reglas de juego.
Ojalá, veamos una selección que demuestre el buen gusto por manejar el balón, que traslade a gran escala lo que todavía podemos ver en algún potrero -cada día hay menos-, o en alguna canchita de barrio en Buenos Aires o cualquier otra provincia. El resultado importa, y mucho, pero también importa cómo se consigue, sobre todo para un país en el cual, muchas veces, se impone el todo vale.
Qué la ilusión nos dure y que disfrutemos del mejor espectáculo colectivo del mundo. ¡Vamos Argentina!
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