viernes, 20 de octubre de 2006

Libros: un generoso Salas revive y humaniza a grandes de la literatura latinoamericana

En “Lecturas de la memoria. Encuentros con escritores”, Salas, Horacio nos muestra con generosidad una galería de grandes autores argentinos y latinoamericanos desde una óptica particular, que mezcla observaciones de quien accedió a la intimidad de esos hombres con la erudición de un estudioso, a la vez escritor, historiador y poeta, y que, como tal, puede abordarlos también desde la majestuosidad de las respectivas obras.

Desfilan Julio Cortázar, Octavio Paz, Raúl González Tuñón (“el primero que blindó la rosa”, según le hizo justicia Neruda), Victoria Ocampo, Pedro Orgambide y otras personalidades a quienes Salas da vida, y no sólo porque todos hayan muerto. Salas los humaniza en estos relatos que componen “Lecturas de la memoria”, y editó Fondo de Cultura Económica. Salas invita al lector conocerlos como sólo lo haría un verdadero amigo.

Me voy a detener, por simple capricho y deleite –claro-, en algunos de los personajes que eligió Salas para esta reconfortante y aleccionadora recorrida.

Es innegable que en el libro está muy presente la faceta de periodista que cultiva el autor: Salas describe la cotidianeidad con Pablo Neruda, a quien entrevistó en la isla Negra, en 1968. Sin grabador de por medio, ya que los cronistas de medios gráficos no lo usaban en esa época, Neruda le confesó allí que había fumado opio en Saigón, o que sentía debilidad por su colega argentino Oliverio Girondo, tan polémico y revolucionario.

Con admiración y afecto, “Lecturas de la memoria” evoca de manera recurrente a Jorge Luis Borges. Le dedica una sección a la relación del autor de El Aleph con los libros. “Había aprendido a recordar… y se transformó él mismo en una biblioteca”, afirma Salas subrayando la forma en que Borges, por así decirlo, se preparó para la ceguera que le impediría su mayor pasión, leer.

Resulta muy interesante la descripción que hace el autor sobre la relación de Borges con la política. “Las ideas políticas de los escritores son lo más baladí que tenemos”, solía decir. En este capítulo Salas repasa la simpatía de “Georgie” por el yrigoyenismo, y la animadversión por el peronismo y el comunismo. Tampoco olvida aquel almuerzo con el dictador Videla –al que asistió Sábato (quizá, el primero en arrepentirse de ese encuentro de intelectuales con genocidas todavía no denunciados), o la condecoración que recibió de manos del chileno Pinochet en aquellos años de salvaje y despiadada represión que, seguro –arguye Salas-, explican por qué la academia sueca nunca le otorgó el tan merecido Nobel.

En contraposición al antiperonismo de Borges, entrega a continuación un imprescindible retrato de Leopoldo Marechal, a quien los años sesenta encontraron aislado a raíz, precisamente, de sus nunca disimuladas simpatías por el derrotado Juan Perón.

Marechal había pasado a ser, como el líder exiliado, una mala palabra. O una palabra, una obra, prohibida. Una demostración de la intolerancia ideológica que signó gran parte de la Historia argentina. Y que afectó a la mayoría de las figuras de “Lecturas de la memoria”, con o sin Perón en el poder.

Salas recuerda que LM y su mujer Elbia, según declaraba Marechal, habían adoptado “un robinsonismo amoroso, literario y metafísico” en su departamento del barrio porteño de Congreso. Nos devela en este sustancioso tramo del libro la humanidad, la calidez y la inteligencia del personaje: “Leopoldo creía que las cosas más serias podían decirse con una sonrisa”.

También relata -y no resulta un dato superficial- que a Marechal “le gustaba la televisión”. “Prefiero verla –le admitió LM-. Ante las cámaras los escritores nos ponemos solemnes”, le confesó a Salas.

Con cierta bronca, Salas rememora la poca relevancia que le dieron los diarios a la muerte de Marechal, precisamente, porque se lo había emparentado con un régimen depuesto. Ojalá, nunca más suceda algo semejante en la Argentina.

Más adelante, aparece la generosidad de Sábato con un novel escritor, el propio Salas. El encuentro entre ambos es antológico: “Sábato me recibió en el jardín portando una lata de veneno para las hormigas… “Es claro: el intruso soy yo, ellas estaban desde antes de que yo viniera a vivir aquí”.”

Además de rescatar el sentido de la ironía, lo ubica en el podio por “Sobre héroes y tumbas” que, explica Salas, acercó a muchos jóvenes a la narrativa argentina. Y arriesga que, de no aparecer al poco tiempo “Rayuela”, de Cortázar, la relación de Sábato con la juventud de los 60 hubiera sido más continua y estrecha. Claro, la atracción que generaba “Rayuela” fue, y sigue siendo, monumental.

Sábato, con el correr del tiempo, se transformó en una suerte de “paradigma ético”, sentencia con acierto Salas, en detrimento de su valor como escritor.

En definitiva, estas “Lecturas de la memoria” aportan anécdotas, análisis, vivencias de magníficos autores latinoamericanos ya leídos, reconocidos y elogiados. Pero, asimismo, pueden estimular a los recién llegados a buscar los textos maravillosos de aquellos hombres que tan bien describe Salas.

Marcelo Mendieta

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