Nuestra idea fue pensar en una reflexión sobre la mujer, en ocasión de celebrar su Día Internacional el 8 de Marzo (creado por Naciones Unidas).
El objetivo de tal conmemoración fue concebido para celebrar la lucha femenina por su participación igualitaria en el mundo del trabajo y en la sociedad en general.
Sus orígenes datan de las acciones generadas en el movimiento internacional de mujeres socialistas de finales del siglo XIX, que promovía la igualdad de derechos sociales, civiles y laborales entre el hombre y la mujer.
Más allá de que en tales fechas, y en años diferentes, ocurrieron hechos protagonizados por mujeres que impactaron en la historia de la humanidad, tales como lo fue por un lado el movimiento de protesta por la falta de alimentos, iniciado por las mujeres rusas el 8 de marzo de 1917 que desembocaría en el proceso revolucionario de octubre de ese año, y por el otro, el incendio intencional en Nueva York de la fábrica textil Cotton el 8 de marzo de 1908, en el que resultaron calcinadas 146 obreras que habían ocupado las instalaciones en protesta por los bajos salarios y las inhumanas condiciones en que desempeñaban su labor.
Hace pocos días, durante la entrega de los premios Oscar, la ganadora de la distinción a la mejor actriz secundaria Patricia Arquette, en un discurso lleno de pasión, ha recordado que las mujeres han luchado históricamente por los derechos de todos los demás colectivos, pero que ha llegado el momento de luchar por los suyos propios. Y que la igualdad, aunque muchos lo nieguen, existe sólo sobre el papel.
Lo dijo una actriz en la meca de la industria cinematográfica y del capitalismo, mientras transitamos la segunda década del siglo XXI.
No hablamos aquí de ejemplos argentinos porque seguramente caeríamos en injustas omisiones. Pero sabemos la cantidad de mujeres que en el ámbito de la política, la cultura y la ciencia hicieron del nuestro un país mejor y trascendieron las fronteras de la Patria (y, obviamente, de los prejuicios).
Muchas cosas han cambiado, desde aquellas fechas hasta ahora, pero hay luchas que parecen interminables.
En el mundo de los ciegos, los tuertos (los hombres) seguimos siendo los reyes.
¿A qué se debe esta eterna reticencia a darle a la mujer el lugar que se merece, así como nosotros debemos luchar por el que nos merecemos?
¿Tanto temor le tenemos a las mujeres?
Las que son nuestras madres, esposas, hermanas, amigas, compañeras..., sin ellas poco es posible.
Sin embargo, a la hora de repartir, no sólo hablo de remuneración, sino de las responsabilidades del hogar, la educación de los hijos, el cuidado de los mayores, algo ocurre que hace que la desigualdad en el reparto crezca de manera secuencial.
En el Día de la Mujer, al menos, creo que los hombres deberíamos pensar un poco más al respecto, no conformarnos porque un par de veces llevamos a nuestros hijos al colegio o porque cambiamos un pañal, y sólo por eso ya estamos a la par. Nosotros internamente sabemos que no es así.
Nos seguimos divirtiendo con nuestros chistes machistas, no queda bien hablar delante de muchos de la mujer objeto, pero íntimamente muchas veces las tratamos como tal.
Puede que sea una tradición atávica. Pero ya estamos en condiciones de quebrar con ella en serio.
Ese sería el mejor regalo en el Día de la Mujer y, de paso, no nos prestamos al juego de convertirlo en un pretexto comercial.
Imaginen la sorpresa que nos llevaríamos, tal como alguna vez sugirió el Papa Juan Pablo I, si Dios fuera mujer.
(*) El autor de esta columna -foto- es director ejecutivo de Bresso C&M, firma de consultoría y management especializada en Recursos Humanos.
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