Diciembre no es un mes como cualquier otro. Tiene características que lo hacen único. Es el último del año, y como es tradición en nuestra cultura en fin de año HAY QUE FESTEJAR.
Y como hay que festejar, se festeja en todos lados: con los amigos, con los compañeros de trabajo, con la familia, con la comunidad religiosa si es que se pertenece a alguna; en el club, country o con los del barrio y en cualquier lugar al que uno pertenezca.
Además de fin de año, en la Argentina, la mayoría también celebra Nochebuena y Navidad. Fiestas, fiestas y más fiestas.
Desde noviembre comienzan los preparativos, pensar el lugar, las fechas, los regalos, y todo lo relacionado con estos acontecimientos está incluido en la agenda de todos las personas sin distinción de edad y sexo.
Pero como la realidad no tiene una sola cara, hay otras personas para quienes el sólo pensar en las fiestas los hace sentir muy mal, muy mal. Sufren, y mucho.
Algunos, porque no tienen adónde ir. Tal vez, han evitado tanto tiempo el relacionarse con los otros que se han quedado sin red social. Comparten los espacios con otros seres humanos pero no interactúan; se autoexcluyen. Cuando esta conducta se repite una y otra vez, quedan condenados a una soledad no deseada.
Sin llegar a ese extremo, otros tienen familiares que festejan y tiene adónde ir; sin embargo, al pensar que deberán asistir a una reunión social quedan al borde de un ataque de pánico. Para estas personas diciembre es el peor mes del año, porque deben confrontar con su dificultad: el temor a relacionarse con otras personas.
Quienes no sienten este miedo se les hace imposible comprender los sentimientos, pensamientos y conductas de quienes sí los tienen. Piensan que estas personas no están interesadas en asistir a reuniones e interactuar con otros, pero nada está más lejos de la verdad.
Ellos quieren, pero no pueden. Cuando lo intentan comienza el calvario, sienten que el corazón se les va a escapar por la boca, que si comienzan a hablar la voz les va a empezar a temblar, que se van a poner colorados como un tomate y que todos van a pensar que son tarados, estúpidos y anormales. Pero eso sólo es el principio, después viene la peor parte, la escena temida: todos riéndose de él a carcajadas y sin parar, él que quisiera que la tierra lo trague pero eso no sucede, la tortura no para.
Algunos podrán decir que estoy exagerando pero no es así. Estas personas saben que estos temores son irracionales, locos, pero no pueden evitar sentir y pensar de ésta manera. La conducta de evitar aquellas situaciones que despiertan éste tipo de reacciones es absolutamente coherente.
El retirarse del mundo quedarse en casa, cómodo y seguro empieza a ser la mejor opción. Pero nuevamente nos enfrentamos a la otra cara. El retraerse es seguro pero al mismo tiempo significa firmar la condena de la soledad no deseada.
Esta no es una manera de SER, es una forma de ESTAR en el mundo que puede ser cambiada. Existen tratamientos para vencer el miedo a los otros y recuperar el aspecto espontáneo y divertido que perdimos, en algún momento del camino, sin saber muy bien cuando o dónde.
En nuestra institución, realizamos terapias grupales con técnicas teatrales que son muy efectivas para trabajar con éstos miedos y poder recupera la posibilidad de formar parte del mundo sin que esto signifique internarse en la peor de las pesadillas.
(*) La autora de la columna, la licenciada Patricia Gubbay de Hanono, dirige Hémera, centro de estudios del estrés y la ansiedad.
Más información en www.hemera.com.ar.
Muy buena la informacion, muy bueno saber que existen lugares a los cuales acudir...pero por mi problema no me animo a ir, tengo miedo de estar con gente.
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