No es raro observar hombres y mujeres que ni al salir de vacaciones pueden “desenchufarse” ya que están pendientes de los teléfonos móviles y computadoras portátiles. Más allá de los periodos vacacionales, que son tiempos acotados, ¿qué sucede cada día?
Si nos pusiéramos a sacar cuentas: ¿cuántas horas por día estamos pendientes o sentados a nuestras computadoras? No me refiero a motivos laborales sino a contactos de chat, mails, Facebook, internet, etcétera.
¿Cuántas horas al día? Multipliquemos eso por 7 ¿cuánto implica en horas semana? ¿Y cuánto es en horas mes?
Pero, ¿con quién se conectan estas personas que pasan 40 (o más) horas al mes sentados frente a su computadora? Mas allá de con quién, deberíamos preguntarnos ¿qué es conectarse? ¿Tener 256 contactos en Facebook es estar más conectado? ¿Es tener más amigos? ¿Es ser más popular?
¿A quién o a qué le restamos estas horas? ¿Qué haríamos esas horas que estamos “on line”? Estaríamos más tiempo con nuestros hijos, estaríamos leyendo un libro, estaríamos conversando con nuestras parejas, tomando un café con un amigo o yendo a almorzar con mamá.
Si bien no es la cantidad de tiempo lo que hace a la calidad de un compartir, también es verdad que sin tiempo no hay compartir posible.
¿Qué estaríamos haciendo, cómo se viviría hoy sin esos nuevos recursos? Hagamos el ejercicio de pensar o imaginar como podríamos vivir hoy sin la aparatología de la comunicación. Es casi difícil de imaginar. Pero pensemos y recordemos como vivían nuestros padres y abuelos años atrás... ¡Se podía!
Creo que es imposible quedar al margen de la vida internetizada, ya que de algún modo implicaría quedar por fuera del sistema, y más allá de lo ideal, esto es real. Ahora lo que si nos podemos plantear es la medida: cuál es el punto justo para no caer en el exceso. El desafío sería encontrar el punto de equilibrio.
Cuantos más canales de comunicación abrimos: estamos más comunicados o simplemente estamos más disociados, con dificultad en integrar diferentes aspectos de nuestras vidas. La intención de abrir más canales de comunicación pareciera ser la solución que muchos encuentran frente a la gran demanda y exigencias actuales, pero reveamos la medida, pues pareciera ser que lo que aparentemente soluciona por un lado, nos estresa enormemente por otro, y cuando hablamos de estrés hablamos de salud (o enfermedad), y vale que nos preguntemos en la sinceridad de nuestros diálogos interiores, cuanto estamos dispuestos a sacrificar de nosotros mismos y de nuestros afectos, y en pos de que lo hacemos.
Plantearnos y pensamos en una búsqueda de equilibrio donde podamos no caer del sistema pero no quedar atrapados en él. Donde podamos utilizar estos objetos en tanto recursos y no en tanto adicciones. Donde seamos nosotros quienes utilicemos esos recursos y no los recursos (o empresas detrás de esos recursos), quienes nos utilizan a nosotros para sus propios negocios. Por momentos, pienso que somos rehenes de los grandes negocios, de las grandes empresas... de otros.
Vivimos en una vorágine que nos impulsa a estar conectados o sintonizados con el afuera, con las demandas del medio social, laboral, económicos, consumista, etcétera. Qué nos esta sucediendo que en pos de pertenecer a cierto grupo de elite nos estamos desconectando de nosotros mismos, de nuestros hijos, de nuestros valores y principios.
Esto lo vemos en nuestras consultas en Hémera ya que, al especializarnos en trastornos de ansiedad y estrés que son las demandas de los tiempos actuales, vemos a los pacientes inmersos en una rutina aturdida de actividades y demandas, laborales, sociales, familiares y de todo tipo. Vemos que por sintonizar hacia fuera van perdiendo el registro de su interior, de sus necesidades individuales.
Así van apareciendo síntomas físicos y emocionales: estos nos están avisando que algo pasa, que algo se salió de cause. Vemos que las personas con el afán de cumplir sus exigencias se van desconectando, intentan callar al propio cuerpo, anestesiar sus emociones. La propuesta terapéutica que proponemos en Hémera, apunta a recuperar la sensibilidad, a registrar los indicios del soma y aprender a decodificarlos adecuadamente, para apuntar a la integración del cuerpo/mente.
Vivimos en automático cuando perdemos el sentido de lo que hacemos, cuando perdemos la coherencia entre lo que pensamos, sentimos y lo que hacemos.
Poder parar y pensar. Parar y sentir. Parar y hacer. Hacer disfrutando. Poder recuperar la capacidad del placer es un desafío que en estos tiempos de crisis e incertidumbres pareciera perder lugar, pero si perdemos el sentido de nuestras vidas, caemos en el vacío, y el vacío es angustia, genera ansiedad. Podemos recuperarlo para ser nosotros mismos los dueños y administradores de nuestras vidas, para poder ser personajes principales en nuestras propias biografías.
(*) La autora de la columna, la licenciada Gisela Holc, integra el equipo terapéutico de Hémera, centro de estudios del estrés y la ansiedad.
Más información en www.hemera.com.ar e info@hemera.com.ar.
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