Cuando se trata del género policial, más en esta era de sensación de inseguridad extrema, no sorprende que la prensa caiga en el amarillismo, en la truculencia.
Sí sorprende, y en forma muy grata, que se puedan abordar casos de alto impacto mediático -el cinematográfico robo al Banco Río de enero de 2006 y los del odontólogo Barreda, Conzi (con ribetes desopilantes que no son desperdiciados por los autores), Dalmasso, María Martha García Belsunce o Cabezas-, sin sensacionalismos. Y que esa tarea se complemente con dosis exactas de sangre y, por qué no, de humor negro (¡qué mejor antídoto para los fantasmas que acechan a penalistas, forenses y otros hombres del derecho penal!), cuando las circunstancias lo permiten.
No somos ángeles, el libro del cual hablamos, no cae en lugares comunes o en la pretensión de tejer hipótesis, o peor aún -muchos cronistas abundan en el error- de pretender suplir el papel de informar con el de impartir justicia en pesquisas que no tuvieron sentencia, o cuyo fallo resultó insatisfactorio para la opinión pública.
Por el contrario, No somos ángeles hurga en valiosas anécdotas y aristas desconocidas por la gente, y las expone en forma directa, atractiva, imperdible. Una zona a la que accede sólo un puñado de "privilegiados": los involucrados en la causa, sea como protagonistas, testigos, magistrados o investigadores.
Liliana Caruso, Florencia Etcheves y Mauro Szeta, quienes honran la memoria de su maestro Enrique Sdrech con esta obra, son reconocidos periodistas que siguen a diario expedientes y crímenes surtidos. Y ese contacto se tradujo aquí en un discurrir conciso, ceñido a la realidad que les tocó observar bien de cerca pero con un toque que parece tomado de la ficción, ameno, sin desbordes.
Los veteranos solían decir en las redacciones que sólo son verdaderos periodistas quienes han pasado por la escuela de la sección policiales. Aunque el concepto suene exagerado -y lo digo con la sana envidia de no haber transitado la experiencia-, el tono coloquial, informativo y la atrapante escritura de esta edición de Marea parecen dar la derecha a aquellos viejos hombres que nunca cambiaron la Olivetti por la PC.
Como si fueran cortometrajes -algunos de los cuales cuentan con innegable potencialidad para la miniserie y, claro está, la pantalla grande-, cada capítulo, cada ficha que compone el libro produce fascinación, sea por el desenlace inesperado, el toque risueño que puede llegar a ser hilarante o la irrrupción del alter ego de abogados, jueces y delincuentes con más de un rostro.
Por las páginas desfilan "el Gordo" Valor, "la Garza" Sosa, Luis Mario Vitette Sellanes, Fernando Burlando, Mariano Cúneo Libarona, Gregorio Dalbón, Aníbal Ibarra, Luis Molina Pico, Mariano Bergés, Claudio Bonadío, Juan José Galeano o el artista Carlos Regazzoni -la lista resulta muy extensa para este blog-, y se codean con otros famosos del ambiente judicial o delictivo, con letrados que juegan al fútbol o al tenis con la misma pasión que defienden o acusan, cacos que piden disculpas a las víctimas o que roban para pagarse tratamientos médicos.
Estas historias secretas al filo de la ley, que promete en el subtítulo No somos ángeles, seducen al lector desde la primera frase, y sin darle tregua, lo conducen por un sinuoso camino en el cual sobran motivos para deleitarse, lejos del morbo, y bien cerca de lo que reivindica un género para multitudes (por algo los grandes diarios no escatiman la primera plana para casos como los que aquí se abordan) no siempre bien cultivado.
Marcelo Mendieta
(Foto de los autores de Fernando Cipriani)
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