Julio Ramos fue el último exponente de una raza en vías de extinción en la Argentina y en el mundo: la de los periodistas que fundan (y no funden) diarios, se ponen al frente de ellos y trabajan codo a codo con editores, redactores y cronistas hasta que la muerte los separe. Como en este caso.
Logró lo que había soñado, y lo que soñamos casi todos los que ejercemos este oficio, tener su propio medio de comunicación, su diario. Armó de la nada Ambito Financiero en 1976, sin subsidios estatales -en un país donde casi todo se hizo, y la prensa no es la excepción, con una mano del gobierno de turno-, un rotativo que comenzó con un par de páginas de áridos resúmenes bursátiles, y llegó a convertirse en el más leído e influyente en materia económica y financiera. Sin rehuir nunca la polémica o claudicar en ninguna causa que Ramos considerara justa, por ejemplo, la consuetudinaria cruzada contra el grupo Clarín al que nunca dejó de calificar de "monopolio" por su diversificación en el negocio de mass media local.
Más que la enfermedad en sí misma -una leucemia fulminante-, lo que debe haber matado al creador de Ambito Financiero debe haber sido, precisamente, el hecho de perder esa cotidianeidad de la redacción de Paseo Colón y San Juan, en el Bajo porteño, a la que solía bajar a las 15, cuando llegaban los primeros hombres del matutino, o cuando repetía la rutina un par de horas más tarde y tecleaba alguna nota con su particular sintaxis delante de todos, distribuía retos por "errores" u omisiones de la edición de ese día o intercambiaba novedades con colaboradores inmediatos y lejanos.
Dirigir el diario desde la habitación aséptica de un sanatorio, no debe haber sido algo fácil de asimilar para un "animal de la prensa" como JR. Sobrevivió a la tragedia de perder 2 hijos (volvió a ser padre casi a los 60), y a incontables crisis argentinas. Y por qué no a cambiar la Olivetti por una PC. Pero no pudo más a pesar de su proverbial testarudez y predisposición a la vida, a la lucha, al cambio y al progreso. Y ayer, a los 71 años, dijo adiós.
La presencia de Ramos en la redacción, ese lugar de luces de tubos fluorecentes que asemejan el paisaje al de una factoría, y en el cual nadie puede esconderse de la vista ajena (las secciones están separadas por islas de escritorios, pero no existen paredes o cubículos), resultaba, para la mayoría, intimidante. Más que nada porque Ramos se ocupaba en persona de repartir halagos y retos que superaban ampliamente a los primeros, y sin apelar a intermediarios.
Con un estilo parco, podía manifestar enojo con un cadete, un jefe de sección o cualquier redactor (fui testigo, y en algunas oportunidades destinatorio de esas filípicas durante los 7 años que trabajé allí). Y casi nunca escuchaba réplicas. Unos pocos se atrevían a salirle al cruce: su amigo Claudio Panza o Roberto García, por ejemplo. Con la misma naturalidad, podía intercambiar alguna broma. O compartir una pizza cuando el cierre se extendía en jornadas de elecciones. O cuando Boca, una de sus pasiones fuera del diario, salía campeón.
En todos esos momentos, Ramos estaba allí al timón de ese barco que todas las madrugadas llega a buen puerto, muchas veces capeando tormentas internas y, por supuesto, externas.
Durante varios años, se ocupó de comandar AF y, al mismo tiempo, llevar adelante otros 2 diarios, La Mañana del Sur, que se edita ahora con el nombre La Mañana de Neuquen, y La Mañana de Córdoba, de los cuales terminó desprendiéndose tras su último y controversial divorcio. No debe haber sido una tarea sencilla.
Aún cuando sus opiniones y rabietas pudieran parecer arbitrarias, Ramos era así: muy personal, cascarrabias, omnipresente, fiel a sí mismo, a su ideología liberal, a sus amigos -en las buenas y en las malas (fuera Carlos Menem o el padre Grassi)-, y a la profesión de periodista. Su profesión. El sabía de qué hablaba cuando pedía algo a sus subordinados. También sabía cómo hacerlo, incluso con ese estilo de titular o de redactar que le hizo ganar detractores. Le gustaba dar órdenes, incluso por escrito.
Era un director de diario a la antigua usanza, continuador de su admirado Jacobo Timerman, con quien trabajó en La Opinión. Vivía para el diario y Ambito vivía por y para él.
A punto de cumplir 30 años, AF no sólo tuvo la primicia del plan Austral en 1985 sino que también adelantó en exclusiva el Pacto de Olivos que permitió la reelección de Carlos Menem 10 años más tarde (mencionó sólo 2 hechos históricos recientes, si bien no fueron los únicos aciertos, claro está). Sería injusto no reconocer que el diario superaba su especialidad, y que la sección política todavía tiene plumas brillantes como las de Roberto García (director periodístico), Ignacio Zuleta (jefe del área) y el columnista Carlos Pagni, a juicio de muchos colegas, el hombre de prensa mejor informado de la Argentina.
Ojalá, el espíritu independiente y pujante de Ramos se mantenga vivo (vale la pena leer el conmovedor y justiciero homenaje que le realizó en vida, hace apenas una semana, su "rival" y colega Jorge Fontevecchia en Perfil) en los herederos (¿y en los nuevos dueños, encabezados por el empresario Antonio Mata?). Ambito, JAR (con las iniciales que firmaba), los lectores y la prensa nacional se lo merecen.
Marcelo Mendieta
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