“El gobierno tiene en su poder un software gratuito que desarrollamos en la UBA destinado a proteger a todos los teléfonos fijos y móviles de las escuchas ilegales. Pero no hay decisión política de ponerlo en práctica; sólo lo usan el Presidente de la Nación, funcionarios del Poder Ejecutivo y directivos de grandes empresas, mientras se niega al resto de la ciudadanía el derecho a la privacidad en las telecomunicaciones. Sgún una pericia judicial, hay 48 mil líneas pinchadas en la Argentina” (ingeniero Ariel Garbarz, especialista en seguridad informática).
“Hay una dinámica que el pueblo establece, porque es el que crea el idioma –ahora se está invirtiendo la cosa porque son los medios de prensa los que están imponiendo un poco el idioma-; los escritores lo difunden y los académicos lo único que hacen es reconocerlo. Por ejemplo, un término como camilucho –que figura en el diccionario de argentinismos del siglo XIX- desaparece del uso. Fue uno de los primeros nombres que recibió el gaucho, antes de 1789 cuando aparece la primera acepción de gaucho. Además, descalificativo porque entonces el gaucho era un pendenciero… Usted decía gauchada y no significaba favor. En el siglo XIX era una tropelía, un juego de averías. O la palabra carcamán que ha cambiado de sentido. En el siglo XIX era un genovés y hoy día es un viejo bicocho” (Doctor Pedro Luis Barcia -en la foto, el primero de la izquierda, junto a Ignacio Gutiérrez Zaldivar, directivos de Repsol YPF, y el periodista Enrique Llamas de Madariaga-, presidente de la Academia Argentina de Letras y autor de “Un inédito diccionario de argentinismos del siglo XIX” que acaba de publicarse con apoyo de Repsol YPF).
“En la ciudad de Buenos Aires, creció el índice de contratación del servicio de alarmas a raíz de la ola de inseguridad. Cuando la gente sufre un robo, o se produce un hecho delictivo en el barrio, toma conciencia del peligro. Vamos atrás de los acontecimientos, aunque de a poco crece la idea de la prevención” (Amorina Gil, de Prosegur).
Se instalan más alarmas a raíz de la ola de inseguridad en la ciudad de Buenos Aires. Amorina Gil, gerente de marketing de Prosegur, da su punto de vista sobre un mercado en ascenso.
Respecto de qué factores influyen a la hora de contratar alarmas, la gerente de MKT de Prosegur explicó que “hay una cuestión cultural (no siempre se instalan más alarmas donde hay mayor inseguridad, como ocurre en algunos países de Europa), si bien tenemos picos estacionarios antes de las vacaciones de verano o de invierno, cuando la gente abandona su casa por más días”.
En diálogo con el periodista Marcelo Mendieta, Amorina Gil agregó que “tenemos una cartera bastante dividida entre hogares y departamentos. Hace unos años existía la sensación de que vivir en un edificio era más seguro. Y hoy también está creciendo mucho la venta de alarmas monitoreadas en countries, donde sabemos que hay casos de robos internos”.
“En los comercios, oficinas e industrias hay una mayor conciencia de cuidar lo que uno tiene, porque a veces repararlo después del robo es mucho más caro”.
También dio consejos a los oyentes de El Informatorio sobre qué se debe tener en cuenta al momento de contratar un servicio de alarmas:
-“La principal función de las alarmas monitoreadas es la disuasión. El cartelito que uno tiene en la puerta y que dice “ojo, que en este lugar estamos protegidos”. El cartel de Prosegur, en mayor medida, porque se sabe, además, que existe una respuesta. No sólo suena la alarma sino que también se monta un operativo”.
-“Lo más importante a la hora de contratar un servicio de alarmas es la marca que hay atrás. La marca está sumada a la calidad del servicio”.
-“La clave es la respuesta que brinda un servicio de alarmas. Uno no toma conciencia de esto hasta que sucede... Tener una respuesta, una figura de la compañía que está comunicada con la central de alarmas, que puede estar informando si hay alguien adentro o no, que son un poco los ojos de la persona hasta que llega la policía. Eso es importante. Y también la garantía de las personas que van a instalarla. Generalmente, uno en la casa tiene que instalar un servicio y uno no sabe de dónde viene el instalador. La confiabilidad es un factor importante”.
¿Hay forma de comunicarse y quedar a salvo de los espías? El ingeniero Ariel Garbarz (foto), especialista en seguridad informática, ofreció datos inquietantes (si bien hay esperanza). A continuación, lo sobresaliente de la charla con Marcelo Mendieta.
“El presidente de la Nación nos pidió apenas asumió, el 25 de mayo de 2003, que instalemos en sus celulares, en los de los ministros del Poder Ejecutivo e inclusive en celulares de los jefes de la Side, el software que desarrollamos en la UTN y en la UBA que se llama DBA.exe y que bloquea equipos interceptores digitales. Y desde entonces, hace más de 3 años, que esos teléfonos están protegidos”.
“En el caso de los empresarios que lo están utilizando, que cada vez son más y de grandes empresas, no pagan por el software porque es gratuito, es de dominio público porque fue donado al Estado. No se comercializa. Lo que pagan es el servicio de instalación y de utilización, en realidad, del software”.
“El eje principal del proyecto nacional de Seguridad Tele-Informática, de la UBA, es la protección de todas las redes de todos los teléfonos fijos y celulares por parte del Estado. Y es por eso que nosotros le hemos donado el software, se lo entregamos en mano al ministro Julio De Vido. El tema es que todavía no hay decisión política de que sea instalado en todas las redes de telefonía. Porque es un derecho que debe garantizar el Estado el de la privacidad en las telecomunicaciones, y en el proyecto está especificado claramente que se va a financiar con un impuesto que se le va a cobrar a las empresas que están haciendo uso de ese servicio, con lo cual el costo sería 0 para el Estado y para todos los usuarios particulares de la República Argentina… Parece que no hay interés político”.
Histórico hallazgo sobre el habla de los argentinos. Nos reveló detalles el doctor Pedro Luis Barcia, presidente de la Academia Argentina de Letras y autor de “Un inédito diccionario de argentinismos del siglo XIX”, editado con el apoyo de Repsol YPF. Lo que sigue es parte de las declaraciones del profesor Barcia en diálogo con Analía Fiorillo y Marcelo Mendieta, que incluyó un capítulo imperdible sobre el chateo y los mensajes de texto.
“El lema del investigador es que el burro consigue burra por cargoso y no por hermoso. A fuerza de que me propuse encontrar lo que había encontrado como referencia… en el 71 encontré las 10 primeras palabras y las publiqué. Y después por inducciones propias de las actas de la Academia, logro entender que había habido una copia en esta academia nuestra de Letras pero que no aparecía. Todo el mundo me negaba su existencia. Entonces, sistemáticamente, empecé a hacer revisar cada una de las cajas de un archivo, muy polvoso y muy sucio. Y finalmente saltó lo que acaba de llamar una publicación “el eslabón perdido”. Porque nos reitera que la Argentina tenía conciencia de su idioma y del valer de sus propias definiciones idiomáticas ya en el siglo XIX. Hasta ahora, el primer diccionario de argentinismos databa de 1910, del cordobés Tobías Garzón. Y ahora hemos dado un salto hacia atrás. Lo curioso, la paradoja cultural, es que Usted salta para atrás y avanza”.
“Este es el primer diccionario que una corporación hace en América, después del español. Porque los anteriores fueron hechos –el de Cuba, el de Colombia- por individuos. En cambio, éste responde a todo un conjunto de trabajadores de la cultura que lograron esta obra”.
“Lo que yo encuentro es una fotocopia del original, que sospecho donde está pero todavía no pude tener acceso. Esa fotocopia primero hubo que reducirla de tamaño oficio a A4 para que se concentrara el escrito, y después un contraste que se hace con negro y blanco y se logra, entonces, leer el texto. Luego empezamos a trabajar con una lupa y con luz… Primero le iba dictando a una secretaria el texto hasta que ella tomó trote e iba haciendo la primera versión y yo después la corregía. Y finalmente aparece YPF con esta colaboración de publicarlo y de difundirlo de una manera notable”.
“Supera 80% la cantidad de vocablos que se mantienen vigentes, lo cual indica que no hay mucha mutación lexicográfica. Hay que distinguir algunos vocablos que son de uso típico en personas de edad. Cuando yo publiqué un adelanto en el diario Clarín, recuerdo que vinieron correos electrónicos de Australia y de Inglaterra, de argentinos exiliados de más de 70 años que reconocían que la palabra bachicha, como italiano, ellos lo usaban en su casa. O también el caso de chirusa que se está dejando de usar, como una mujer vulgar, de escasa educación. Y como dice el texto, para indicar que eran aristocráticos, “de familia no conocida”. Tenemos el caso de compadre y compadrito. Es la primera descripción minuciosa de un compadre, su vestimenta y demás, que se da en el siglo XIX. Y algunas palabras como piringundín, que Gobello (especialista en lunfardo) siempre pensó que se refería a una casa “Pérez y Gundín”, donde se celebraban bailes de dudosa moralidad o de muy segura inmoralidad. Lo cierto es que la palabra es anterior a la penetración del lunfardo. La palabra manganeta se sigue usando. Guarango. Jabón, julepe. Y piruja que es una mujer de baja esfera. Y la mujer mal vestida, cachi.”
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