domingo, 30 de julio de 2006

Cultura & vacaciones de invierno: un agitado (pero positivo) balance de la Feria del Libro Infantil

La Feria del Libro Infantil y Juvenil de Buenos Aires, en su décimo séptima edición, llega a su fin este domingo, mientras escribo estas líneas. Hubiera preferido no hacerlo, pero fui -junto a mi familia- uno de los 400 mil visitantes (según cálculos de los organizadores) que pasaron por el predio de exposiciones y no quiero perder la oportunidad de contar algunas cosas que vi, aunque suene antipático. Tengo la esperanza de que alguien con influencias lea esto y lo tenga en cuenta para ocasiones futuras.

En primer lugar, me parece más que plausible que se organice una feria de estas características, con un precio accesible (sólo pagaban los mayores de 12 años un ticket de $5 -ni siquiera u$s2-), y que se fomente la lectura y las actividades artísticas entre los niños.
En segundo lugar, vienen las observaciones:
¿No hay forma de preparar en la entrada personal que además de recibir el boleto le explique al público qué puede ver en la próxima hora, si hay conferencias, espectáculos, etcétera? ¿No se podría armar un sistema para que la gente reserve localidades en las salas, en lugar de que deban formarse interminables filas en los pasillos?
Además del atasacamiento de tránsito que se genera, los chicos (algunos padres, también) terminan arrojando papelitos, restos de comida y de gaseosa al piso, mientras se aburren en la cola.

Eso no sería nada: cuando se anunciaba algún show o presentación por los altoparlantes, hay gente que salía corriendo con sus niños flameando de la mano en el mejor de los casos (en otros, los pierden en medio de la aglomeración).

Otro tema es el de la mampostería: en una de las plazas de juegos, descubrimos que la cerca de madera no estaba aferrada al suelo. ¿Cómo nos dimos cuenta? Cuando una de ellas, dio contra la pierna derecha de mi mujer, tras el empujón que le dio uno de los párvulos que allí se divertía. Por suerte, no necesitamos de la enfermería.

En cuanto a los espectáculos, además del de las cámaras de TV que rodeaban a la actríz y modelo Araceli González -ahora devenida en escritora-, logramos asistir a uno, gracias a que la fila no era muy larga y nos pusimos al final de ella, justo cuando entraba a la sala. Ni siquiera sabíamos de qué se trataba.

Intuimos que era una presentación circense por la música que se repetía ad infinitum para tormento de los mayores. Finalmente, aparecieron dos actores-animadores para tratar de inculcarles a los chicos las bondades de pagar los impuestos y de hacer correctamente los trámites aduaneros (?). Menos gracioso, es evidente, que una intimación de la AFIP, la oficina nacional de ingresos públicos que auspiciaba el evento.

Sólo faltaron chistes con los formularios 183F y el monotributo (el nombre da para bromas, es cierto). A lo mejor, nos perdimos el skectch porque, a pedido del ala más joven de la familia, nos retiramos antes de que nos mandaran inspectores tributarios con naríz de payasos hasta la butaca.

No está mal que un organismo estatal apoye las expresiones artísticas, pero ¿se puede forzar tanto el contenido de un show infantil, hasta tornarlo soporífero?

No tardamos mucho en emprender la retirada del lugar, algo cansados de deambular sin destino, excepto algunas saludables paradas en los stands de FCE, Editorial Sigmar o Edenor. En este último caso, hay que subrayar que presentó unas muy bien equipadas PCs para deleite de los asistentes, más un sector para que los niños dibujaran y otro para que aprendieran cómo se genera la electricidad.
Aún cuando las promotoras de Edenor se dedicaran más a la ronda de mates que a los más pequeños, superaba ampliamente esta compañía eléctrica a su competidora Edesur, con una paupérrima presencia (dicho esto, antes de que se suscitaran los cortes de luz entre sus usuarios). Los chicas de Edenor, al menos, no se vieron forzadas a apelar a un poco pedagógico "¡pará, nene!", que se le oyó gritar a una de las jóvenes que cuidaba el acceso en el stand de la provincia de Tucumán. Había que frenar el impulso de un pequeño salvaje, quizá.

Por supuesto, sería bueno que como público mejoráramos también la actitud: menos empujones, desesperación y basura en el piso. Después de todo, si estamos con los chicos y son sus vacaciones, podemos dar los adultos un mejor ejemplo. ¿O será que lo esencial es invisible a los ojos? ¡Hasta la próxima feria del libro!

Marcelo Mendieta

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