Este aniversario, el vigésimo, de aquella tarde en que Argentina derrotó a Inglaterra y despejó su camino hacia la Copa del Mundo en México 86, nos pone frente al espejo. Se cumplen 20 años del gol memorable, majestuoso, incomparable, que -a juicio de muchos- es el mejor tanto de la historia de los mundiales.
Con un Diego Maradona iluminado, magistral, que arrancó en campo propio y, tras apilar a varios rivales en el trayecto, terminó enviando la pelota a la red detrás de un Shilton despatarrado y sin argumentos. Una genialidad, una locura en el mejor sentido del término.
También se cumplen 20 años de otra "genialidad", típicamente maradoniana y argentina, porque se funda en la picardía del potrero y en la clásica "avivada" criolla. La del gol con la mano. "La mano de Dios" como se bautizó este gol tramposo, "trucho", que, más allá de que fue convalidado por el árbitro y sus asistentes, debería haber sido siempre motivo de disimulo y no de orgullo nacional. O casi.
A lo mejor, los argentinos, con la excusa de que el contrincante era Gran Bretaña -añejo adversario desde la colonia, tanto en las canchas cuanto en la vida en general (la guerra de las Malvinas es el más evidente y doloroso de los antecedentes)-, nos permitimos celebrar y evocar con cierta satisfacción este gol, en demérito del talento no sólo de Maradona sino de todo un equipo de fútbol, el que dirigió Carlos Salvador Bilardo.
Maradona refleja lo que somos los argentinos. Y esos goles nos muestran también nuestras ambivalentes posiciones. Nos enfrentan con nuestra propia ética, la del vale todo. Pero también nos enfrenta con nuestro ingenio, no siempre bien aprovechado. O, a modo de síntesis, a menudo dilapidado por actitudes negativas. En cierto modo, el gol con la mano termina opacando el gol brillante. Casi que se habla más del primero que del segundo, incluso compiten en materia de elogios. ¿No se parece a otras situaciones de la vida doméstica? La corrupción argentina, por ejemplo, ¿no termina evaporando cualquier medida positiva de gobierno de este, el de Menem o cualquier otro?
Ese Maradona, el genial, el incorregible, el flaco, el gordo, el que adelgaza con un by-pass gástrico, el padre de familia, el que niega a su hijo, el que abraza periodistas, el que les tira con un rifle de aire comprimido, el que ama (¿amó?) a Menem y a Fidel Castro, y al Che Guevara, el que se queja, el que aplaude, el que ríe, el que llora, el que hace goles con el pie (como nadie) y con la mano, nos demuestra que, por suerte o por desgracia, podemos sentirnos, al menos, únicos e irrepetibles. Pero que algunas cosas deberíamos cambiar, aunque sea de a poco. Si podemos jugar limpio y ganar, ¿por qué apelar a la mentira? ¿Por qué festejarla?
La "mano de Dios" ya pasó. Celebremos el mejor gol de todos los tiempos y no el más tramposo ahora que pasaron 20 años.
Marcelo Mendieta
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